En la cuenca de la quebrada La Aguja en un rincón del municipio de Ciénaga de la Sierra Nevada de Santa Marta está la finca La Palma, sitio arqueológico en el que investigadores del Semillero de Arqueometría y Geoarqueología de la Facultad de Minas mapean las rocas y analizan los muros que construyeron allí las culturas prehispánicas que habitaron el norte de Colombia.
El objeto de este estudio son las estructuras líticas como muros, terrazas, caminos y escaleras, asociadas a las comunidades indígenas Nauhange y Tairona que habitaron esta zona y su relación con el entorno. A partir de estudios de petrografía y análisis químicos se generó una cartografía detallada de la geología de esta zona en la que se identificaron dos unidades rocosas principales: la Metagranodiorita —roca ígnea plutónica parecido al granito—, de edad pérmica; y una secuencia metavulcanosedimentaria de edad posterior.
Se distinguen dos periodos, el Nahuangue, que se dio de 200 a 900 CE y el Tayrona, que se dio de 900 a 1600 CE. “Las culturas prehispánicas modificaron e intervinieron el paisaje de la Sierra Nevada de Santa Marta. Hemos analizado muros clásicos, redondos, como el de la Ciudad Perdida. Pero es importante aclarar que en esta zona hay muchas ciudades perdidas, aunque la más conocida sea la que se oficializó como Ciudad Perdida”, explicó Marion Irmeala Weber Scharff, líder del proyecto y directora del Museo de Geociencias de la Universidad Nacional de Colombia Sede Medellín.
Un hallazgo del proyecto es el vínculo entre la actividad de construcción de estas comunidades y la geología local, delatado por las rocas bases de los muros que demarcan estos hábitats del pasado, los cuales provienen de fenómenos geológicos regionales remotos, como la formación de un arco magmático en la Pangea y el rift del Caribe en el periodo Jurásico.
Esta investigación comenzó en el año 2020, se enmarca en el proyecto Repensando las políticas del espacio: Modos de apropiación de los materiales líticos en la arquitectura prehispánica de la Sierra Nevada de Santa Marta, de Marion Irmela Weber Scharff y Daniel Rodríguez Osorio y ha sido posible por la participación de estudiantes del Programa Académico Especial —PAE— y de la asignatura Geología de Campo III de la Facultad de Minas de la Universidad Nacional de Colombia.
La caracterización petrográfica del ingeniero geológico Jonathan Rengifo abonó el camino para la comprensión de este sitio arqueológico, marcado por bloques de roca que han perdurado con el tiempo y que guardan la historia de las interacciones geológicas y las huellas humanas. El uso extensivo de la piedra como material de construcción revela que estas sociedades tenían tecnologías líticas, que se abordaron desde preguntas como ¿de dónde provenían esas rocas?, ¿fueron traídas de otras regiones o eran locales?, ¿qué criterios usaban los antiguos constructores para seleccionar una roca y no otra?
Este uso extensivo de la piedra como material de construcción es uno de los principales focos de la investigación y revela que estas sociedades tenían tecnologías líticas, que se han tratado de comprender desde preguntas como ¿de dónde provenían esas rocas?, ¿fueron traídas de otras regiones o eran locales?, ¿qué criterios usaban los antiguos constructores para seleccionar una roca y no otra?.
“Los muros no son un simple apilamiento de rocas, tienen una estructura que les da estabilidad porque son muy altos. El uso de bloques y sus diferentes formas depende en gran medida del tipo de roca, lo que fue aprovechado por las comunidades prehispánicas en la construcción de terrazas. Esto sugiere que realizaron una selección intencionada de los materiales utilizados”, detalló en su tesis Rengifo Bueno.
Los análisis empleados incluyeron observación con lupa de mano, recolección de muestras de muro y afloramientos, análisis petrográfico y químico, entre otras. Estos permitieron comprobar la procedencia local de las piedras y que los constructores prehispánicos no recogían piedras al azar, sino que elegían cuidadosamente aquellas con propiedades específicas, según la función estructural que se les iba a dar en el muro.
“Las rocas utilizadas para los muros como materia prima vienen de la quebrada cercana, llamada La Cristalina, que permite una especie de preformas y las piedras planas. Este nivel de conocimiento técnico implica una profunda comprensión del entorno geológico y de las propiedades físicas de los materiales. La presencia de anfibolitas, milonitas cuarzofeldespáticas y esquistos indica que los constructores sabían qué tipo de rocas funcionaban mejor para cada parte de una estructura”, destacó Weber Scharff.
Cuentas, ornamentos y rutas de intercambio
La investigación también ha revelado aspectos fundamentales sobre los objetos de uso cultural y ritual, como las cuentas líticas prehispánicas, conocidas como “chaquiras”. Estas piezas pequeñas y perforadas eran utilizadas como collares y otros ornamentos, y su estudio forma parte de una línea de investigación centrada en los llamados materiales de prestigio.
“Hemos detectado indicios de antiguas rutas de intercambio, posiblemente entre la Sierra Nevada y lo que hoy es Venezuela, lo que amplía la comprensión del alcance comercial y cultural de estas comunidades. La presencia de los Nahuange y Tayrona está demarcada por los ornamentos que dejaron y por los cambios en las técnicas constructivas y en los materiales utilizados. Mientras los Nahuange parecen haber tenido una relación más estrecha con la piedra, los Tairona desarrollaron una fuerte tradición orfebre”, sintetizó Weber Scharff.
Los Tairona trabajaron mucho más el oro que las culturas Nahuange, que se centraron en la piedra. En todo esto hubo un evidente aumento en la población por parte de los primeros, que además se expandieron más en comparación con las culturas Nahuange. En cuanto a las intervenciones en rocas, hay evidentes diferencias en la simbología: los Nahuange trazaban figuras más geométricas, mientras que en los Tairona se entregaron a figuras de aves como murciélagos y a caras humanas.
Con todo el valor natural, histórico y científico de este lugar , muchas de las estructuras líticas están amenazadas por el abandono y la acción humana contemporánea. “No es que ellos simplemente hayan apilado rocas. Estos muros fueron muy bien construidos. Perduran y eso dice mucho de sus técnicas y sus dedicaciones, fueron abandonados hace 500 años y todavía están con nosotros. Se están dañando, pero por cuestiones de abandono, ganadería o indiferencia”, advirtió Weber Scharff.